30.12.15

Pepona tu, Pepona yo

Si alguna vez admito haberme parecido a una pepona, lo negaré!.
 
Las peponas, así llamaba a las muñecas que los reyes majetones se empeñaban en traerme año tras año, sin que las hubiera pedido. Eran de un aspecto... digamos, de un aspecto «polinizador».

Lo siento pero no se me ocurre otra definición más aproximada.

Eran abombadas como si solo se alimentaran de dulces, pasteles y aire de globos. Sinceramente, resultaban, cuando menos, de otra dimensión en plena operación migratoria de las hispalias del sur a las catalonias del norte.

Una puede estar «arreciada, gorda o entrada en carnes» como me dicen en mi pueblo, pero fijar una ristra de butifarras unidas como referente subliminal a una criatura, como que no.

Venian compuestas con vestiditos aflorados en mil pliegues de puntillas y enaguas ligeramente más largas. Sus ojos azules, me hicieron pensar algún dia en cambiárselos por los mios. Cosas de la infancia. Cuidado!.

Os aseguro que intenté jugar con ellas, pero aparte de darles de tetilla tal cual  habia visto cómo amamantába mi madre a mi hermano de turno, poco más se me ocurria. Mover las piernas alternativamente a la pepona para que diera tres puñeteros pasos, me parecia de lo más arduo. Y ya no te digo si encima intentabas darle de comer un mejunje de barro. La que liaba a manchar con la pepona y de rebote, mi madre conmigo.
 
Mientras, se me iba el alma con los niños que pescaban enooooormes ballenas en imaginarios barcos de piratas! o, jugaban al futbol muuuucho mejor que Kubala o, el que no se escondía muuuuy bien lo desintegraba el marciano del bando contrario.. Por Odin, cuánta envidia!

Los pistoleros y sus leyendas vinieron después, cuando supimos lo que era una TV.


muy interesante.es
El secreto de los juguetes: por qué son tan necesarios para los niños
Pablo Colado

..Y es que, aparte de inculcar los valores igualitarios, el intercambio de roles acarrea indudables beneficios psicológicos: mientras que los juegos de construcción aumentan el interés de las chicas por la tecnología y la ingeniería, cocinar favorece la vena creativa de los chavales, por ejemplo.
 

Mi primer pantalón

No recuerdo mi primera braga, sin embargo
mi primer pantalón. Tenía seis años y no me me dejaban llevar pantalones. 
 
No entendía lo que no entendía.

Era una prenda tan práctica que, incluso en verano también se podia llevar de corto.
 
Eran feos con ganas. 

Abombachados la mayoría y de colores tristes y apagados. Con ellos sólo se veían escuálidas garrillas. 

No obstante eran mágicos.

Con ellos, se podía correr, saltar y brincar como las ranas.. hasta arrodillarte mejor en el suelo para darle a las canicas!. A veces, los niños, me dejaban jugar con ellos aunque fuera una niña. Tenía muy buena punteria y eso también les debía desconcertar a ellos. 

Eran prismas educativos más que opuestos. Demenciales.
 
Mi primer pantalón fue el de mi hermano. Lo tomé prestado del balde de la ropa sucia en casa. Mi madre había salido a comprar y mis hermanos debían estar jugando en la replaceta. 

Y fuí feliz por un rato. Me sentía libre. Con pantalones no debía obligarme a hacer movimientos raros con las manos para aguantarme las faldillas y así, conseguir que no me vieran las bragas, no sabia quién.

Saltaba de silla en silla y de silla en sillón.

Cogí las pelotas de mis hermanos, en el más puro sentido literal y las volteé al aire con las manos bien abiertas y alzadas. Y ya en lo alto las podia recoger para volverlas a lanzar.  

Esos no eran movimientos atróficos. Eran los adecuados a la libertad del movimiento. 


 
wikipedia.es

Luisa Capetillo

En 1919 fue la primera mujer en Puerto Rico en usar pantalones
 

cultura.elpais.com

La lucha de la mujer por llevar los pantalones

Prohibido durante largos años y sobrecargado de connotaciones, aún no es una prenda nuetral