30.1.16

Papá, me gustan las niñas!

Era de las pocas veces que podia ver a mi padre en casa, sentado en la terraza, al atardecer, tranquilo y con una mirada serena fijada en el horizonte. -Después de regar sus macetas. Las de dentro de la casa eran las de mi madre-. Siempre trabajaba, tenia dos trabajos, también el de casa. Éramos muchos y en malos tiempos.

Por lo visto, todo es cíclico.

Al contrario de muchos padres y hombres de entonces y ahora, a mi padre nunca se le cayeron los anillos por lavar la ropa en el lavadero o hacer la comida cuando mi madre no podía. Eso se lo he valorado mucho en mi vida conforme fui descubriendo las diferentes clases de hombres, vagos e indeseables que existen.

Hacia tiempo que me sentia intranquila y no sabia con quien hablar. Un impulso motivó mi desvergüenza aquella tarde.  


Papá..!                                                                                
Si..?
-Papa, debo estar enferma..!
Porqué, hija?
-Por que me gustan las niñas!

Once años, tenia.

No tardó en constestar al desasosiego. Lo que dijo se quedó grabado a fuego en mi mente.

-Mira hija, la dignidad de una persona no la encontrás nunca en la cama-.

Si seguimos hablando del tema o si contestó algo más, no lo recuerdo. Sin embargo su tono de voz, su mirada y esa naturalidad en la respuesta, me hizo asimilar «in situ» confianza y seguridad y me evitó un montón de traumas psicológicos posteriores que, a lo largo de la vida, he visto en muchas personas. Sentí el peso del valor de aquellas palabras aunque tardara varios años en saber que me quiso decir en ese instante.

Cangrejos

Hace unas semanas, estuve en un pequeño pueblecido que casi habia difuminado en el olvido.

Allí disfruté de unos de los mejores veranos de mi vida.

Paseando por sus encojidas calles, recordaba instantes.
Es curioso cómo las casas se achican, las aceras se juntan y estrechan y la gran avenida se hace pasaje cuando somos mayores. De niña me faltaba cuello para observar a lo alto entre la gente y los arboles! Y no te digo, para cruzar la calle..casi que se iba la mañana! Miraba cien veces a un lado y otras cien al otro. Todo es basto y enorme con ojos de infancia.!

Allí, recorrí y corrí todas y cada una de sus cuatro calles huyendo del «tonto del pueblo», así le llamaban. -El mundo, ya entonces, me parecia muy cruel-.

Solía esperarme en las cercanias del colmado donde cada mañana mi tia me enviaba a comprar el pan. Cuando me veia aparecer, se aproximaba ya corriendo. Pensaba que la tenia tomada conmigo y nunca se me ocurrió, esperarlo parada, y preguntarle qué era lo que queria. Es muy probable que, por prejuicios implícitos en mi educación social y algo de instinto de supervivéncia, huyera siempre en estampida. Aquel niño mayor viejo, seguramente encorrería todo aquello que se moviera o llamara su atención como única novedad en su vida.. Y le tenia miedo a la vez que sentía tristeza cuando a lo lejos, le veia sentado solo, dia tras dia, tarde tras tarde en un banco a las afueras. Entre la languidez y la nada.

No creo haber corrido tanto en mi vida como lo hice en ese pueblo. Por correr, llegué a competir hasta con un perro que queria comerse mi estupendo bocadillo de la merienda. Gané al cobijarme de un salto encima de un carromato. Sin embargo, el que se llevó el trofeo fue el perro cuando con el ímpetu de alzarme, se cayó el bocadillo al suelo.

Allí también conocí a mis primeros amigos. Jaime y Cristina. Cristina y Jaime. Ellos ya eran amigos de cuna. Pescar con ellos cangrejos en la cuenca del rio era más que genial. Los últimos pasos del sendero, antes de llegar a la vaguada del rio, los dábamos a trompicones corriendo, mientras tirábamonos blusas, faldillas y pantalones y entrábamos al agua directamente en bragas y calconcillos. Sin ningún tipo de pudor ni consciencia alguna de nuestros cuerpecillos ni sus casi inexistentes diferencias. La ropa quedaba en la orilla junto las sandalias y las meriendas.

Era extraordinario sentir esos últimos rayos de sol en la piel en contraste con el frio del agua. Si cierro los ojos, aún oigo el crepitar de la pequeña corriente entre las piedras y nuestro júbilo alborotado que salia castañeante entre dientes, cada vez que conseguiamos coger un cangrejo sin perderlo entre los temblores del frio. No era fácil.

Jaime y Cristina nadaban muy bien y yo, incapaz de reconocer que no sabia nadar, por vergüenza y mucho amor propio, «chapoteba» también muy bien. Diria que, hasta, exageradamente bien. Nunca rieron por ello. Ser niña resultaba muy cómodo con ellos. No necesitaba ser persona primero.

Cristina fue mi primera ilusión platónica y Jaime, mi gran amigo.

15.1.16

Herman@s




Tener hermanos, lejos de radicalizar los roles de género en casa, me ayudó a posicionarme mucho mejor como persona y mujer. Y a ellos, como hombres «evolucionantes». Aunque no fue así en un principio.

La mayoría de nuestros padres y madres devenían de un gran círculo ideológico lleno de prejuicios y estereotipos dogmáticos. Y digo, ideológico, porque el tratamiento para la adquisición de todo conocimiento y el aprendizaje en el respeto propio y ajeno, són elementos educativos. Nada que ver, con culturas, religiones o ideologías. Són procesos autónomos y brillan por sí solos.

Otro aspecto a considerar, es que es bastante inherente reproducir esquemas en hijos y sin embargo, también hijas e hijos educan a padres y madres. Muchas veces sin ser conscientes. Lo que en su momento se denominó «choque generacional» consistió más bien en abrir una ventana al aire en un lugar viciado, que no en cerrar la puerta.

Recuerdo un dia, que estábamos sentados todos en torno a la mesa en casa mientras comíamos, que mi padre me pidió que fuera a la cocina a buscar un poco más pan. Supongo que en esos momentos, lo que me pasó por la mente fue tan breve como un rayo pero tan lleno de imágenes como una maleta de ropa. Me ví en perspectiva haciendo mi cama y las de mis hermanos esa misma mañana antes de ir al colegio. A la vuelta, la compra del mercado. ..Que mientras mis hermanos disponían de tiempo holgado para hacer los deberes de clase y jugar en la replaceta, yo antes, debía atender al pequeño de ellos o tender la ropa...

Así que, allí, con 10 años ya se me cruzó eso de ser mujer y decidí ser persona primero.

Seguramente le contesté de malas maneras a mi padre y muy indignada le reproché el porqué no se lo pedia a cualquiera de los hermanos de mi alrededor, a lo cual, mi padre enfadadísimo me respondió con el lanzamiento de la panera vacia. La esquivé pero no me moví del asiento. Fué mamá quien se levantó y fue a la cocina. Hubiera dado cualquier cosa porque ella tampoco se hubiera levantado.

Muchísimos años más tarde, transcurrida media vida de fundamentos, cuando en otra comida familiar comenté esta antaña anécdota, mi padre incrédulo y desconcertado por aquella, su reacción, me pidió disculpas. Nos reimos todos.

Tiempo después de lo de la «panera voladora» cada uno de nosotros se hizo su cama y poco a poco compartimos la compra, la ropa y otras muchas más cosas se fueron «sociofamiliarizando». Mis hermanos no ayudaron en estas cuestiones, asumieron. Hoy, no les hacen sombra muchas mujeres ni a mi, muchos hombres.

7.1.16

A pedradas


 
Entre «me dejais jugar?» y «tu, con nuestro equipo!» debí luchar.

Siempre que bajaba un rato a la replaceta les preguntaba lo mismo.. me dejais jugar? Me era igual a lo que jugáramos. A todo excepto con las peponas!.

Y muchas veces me decían que no. A secas. Y cuando les volvía a preguntar
el porqué, me contestaban como loritos impasibles, ..¡porque eres una niña! Y ya no recuerdo lo que hacia después. Seguramente jugar sola, moldeando caminos entre la tierra con sus puentes para las hormigas, o correr, o saltar.

De verdad que queria descubrir que enfermedad teníamos las niñas que nos impedía hacer y pensar en tantas cosas divertidas y por tanto, ser tan torpes y aburridas. Sin tener «entendederas» ya padecia esa sensación de malestar interior que deja la injusticia. Me excluían en lo bueno y me incluían en lo malo de las cosas.

Los chavales de aquella Edad de Piedra se dividían en los chavales de la calle de abajo y los chavales de la calle de arriba. Como si en ese barrio hubieran habido calles en esos dias..!.

Todo lo arreglaban a pedradas. Era verse uno u otro y sin mediar palabra, zas, piedra va, piedra que viene..! Si eran dos o más los que se encontraban con uno, la crueldad era con mayúsculas. La misma crueldad que presencié, involuntariamente, cuando lanzaban crias de gato de pocos dias contra la pared.

Un dia, cuando volvía a casa con un recado de la tiendecita de ultramarinos del barrio,-..por cierto, pensaba que eso de ultra-marinos era porque unos marinos muy bregados en eso de la mar, traían de lejanos paises todos esos alimentos y verduras-; ..escribia que, un dia, un chaval que no conocia y que debia ser de montaña arriba, me interceptó en el camino. No tendriamos más de nueve años cada uno. Al aproximarse, comenzó a tirarme piedras sin más ni causa, mientras me insultaba de forma gratuita. Seguramente la clave que motivó mi respuesta violenta a aquella agresión seria algo relacionacionado con la palabra ..madre. Aseguro que tuve que esforzarme para estar a la altura de su hostilidad hasta que sin proponérmelo en un inicio, lo pude inmobilizar y posteriormente, hartarlo a ostias una detras de otra.

Reconozco con las entrañas, pero no con la inteligéncia, la satisfacción que me dió esa, mi primera temprana liberación ante tanta gilipollez supina soportada hasta el momento.

Entonces no tenia otra referencia sobre las cosas. Debí pensar que todo funcionaba así en la vida. Y ahora que las tengo, medio siglo más tarde, sigo pensando igual. Aunque no practique la «técnica». No por falta de ganas más de una vez, la verdad!.




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Violencia de género
La asimetría social en las relaciones entre mujeres y hombres
favorece la violencia de género. Es necesario abordar la verdadera causa del problema: su naturaleza ideológica.

Francisca Expósito