De
acordarme, me acuerdo. Y si me esfuerzo, hasta siento su fogosidad. A
buen seguro que era un mediodía de álgida menopausia. Tal cual un
verano en la Andalucía interior, a primeros de agosto o últimos de
julio para una escandinava albina.
La
miraba sin poder creer que me preguntara de dónde salia tanto calor.
Estábamos
a orillas del Cantábrico. Soplaba un viento frio de varios pares y a
pesar de ello, no era mar adentro donde se anunciaba tormenta sino en
la cara de mi compañera. Toda ella hervía exprés.
Durante
el paseo costero, el chapucear bragado de las olas en tierra rozaba
sus piernas provocando un gran géiser en su piel. Cada uno de sus
poros debía ser como un volcán submarino. No se enfriaba ni un solo
centímetro de su dorado bello, y menos aún de su enfado..
Había
comenzado esta historia un fin de semana atrás.
El
otoño nos gustaba a las dos. Nunca habíamos podido coincidir en
vacaciones. De hecho, nunca coincidíamos en vacaciones en ninguna
estación del año, excepto «casi» una vez. Y digo casi, porque la
mitad de esos breves días los pasamos en la cama. No precisamente
jugando como pudierais pensar. Las pesadillas febriles son mil veces
peores que comerse un kilo de olivas negras por la noche. Inaudito un
constipado a 31º a la sombra, pero de ocurrir, haylos.
Recuerdo
pañuelo tras pañuelo. Parecía que estuviéramos sobre una nube.
Toda la habitación era una gran alfombra blanca de ellos. Los ecos
sostenidos entre espaldas y techo de ayses (lamentos) entorpecían
esas fuerzas, que si las habían, no nos permitían mirar más allá
de la primera curvatura nasal. La que conecta con la cara. Si Cyrano de
Bergerac la tenia grande, las nuestras aparte de morronas y
congestionadas eran del tamaño real de una esfinge.
Ese
fue el «casi» de una vez. Aquellos días fueron toda una antítesis
del romanticismo y el relax. Eso sí, estas cosas y otras, ponen a
prueba el querer y el lugar que se ocupa en la pareja. En esas
condiciones de supervivencia, la que pide primero las cosas, ..que
están en la cocina, ..a miles de kilómetros de una misma, gana. Por
lista.
La
que va a buscarlas también gana. Por tonta.
Yo
soy de las del segundo gremio. Me hubiera importado un bledo en otras
ocasiones subir al Everest si ésta hubiera estado allí o tan solo
si hubiera podido saber en esos momentos, si tenía los ojos abiertos
o cerrados. Me pregunto cómo quiero a esa mujer que, de ir, fui.
Me
llamo Sança , se pronuncia como Sansa y en casa me llaman Ça (Sa).
Puede ser que, al nacer, ya vieran de lejos que rompería alguna cosa
más además de la Ç (juego de palabras en catalán)
Durante
muchos años, Lola, que así se llama mi compañera a efectos de
afectos y espacios, hemos debido hacer malabarismos para poder
coincidir juntas al final del día, en el día a día, o durante dos
festivos juntos y mal contados. Siempre por cuestiones laborales.
Con
el tiempo, mira por donde, una gran Erre en mi lugar de trabajo con
todo su abecedario incluido, nos permitió por fin la oportunidad de
plantear la realización de nuestro sueño aplazado.
Lola
se adueñó de la iniciativa de la organización del viaje. Supongo
que con ello, quería animarme aliviando el ajetreo de su
preparación. El resto de mi, no lo hubiera levantado ni con el gato
del coche.
No
omito, que tras esa iniciativa, pudiérase encontrar algo de gusto
por el mandar. Le encanta. Lo escribo bajito para que no lo oiga.
No
penséis que no tengo carácter, lo que pasa es que me agota
batallar en asuntos y razones que muchas veces no llegan a ninguna
parte. Al fin y al cabo, todos somos un cúmulo de manías y
auto-valideces personales que acaban haciendo lo que se quiere. Con
fundamento o sin él. Es un gran desgaste de energías e inútil tener
enfrente a personas que no escuchan más allá de sus diálogos
interiores.
Puede
ser que sea excesivamente pragmática y Lola muy impetuosa o activa –
nunca he sabido diferenciar con exactitud-. Si la vierais a través
de una cámara fotográfica con exposición lenta de 1/8000, os daría
la sensación de que os habéis equivocado de valor. Donde la
hermosura de una gota de agua se paraliza, a ella la percibiríais a
toda mecha, con un cohete enganchado en la espalda. Claro, que ella
os diría, que la del mio, debía haber quemado el combustible haría
siglos!.
De
un viaje, no se sabe cual será su aventura ni como acabará. Como en
la vida. Por mucha atención que pongas en su planificación y la
previsión de los detalles, todo puede rodar o girar. En nuestro caso
y después del primer día de su comienzo, todo apuntaba al desastre.
Con mayúsculas. Lo peor era, que no se nos podía culpar por ello.
La
estupidez supina de muchos suele ser de récord Guinness. Existen que
están compuestos sólo de materia orgánica. Se alimentan y la cagan. Vienen sin cerebro. Sin
capacidad para la Humanidad. Lo digno de las personas.
En
fin,..eso viene mas adelante!
Lola,
a parte de enamorar hasta el tuétano, posee toda diversidad de
inteligencias. Su profesión le a aumentado esos dones. Es una
excelente mediadora en la resolución de conflictos. En general,
todos los de fuera de nuestra casa.
Aquel
día, la observaba fuera de sí, maldiciendo llameante al exceso de
calor de ese otoño (estábamos a 18 grados). Más que inverosímil
me parecía increíble. Agnóstica, me puse a rezar rogando para que
las señoras que venían en su paseo frontal mirándonos, mirándola
fijamente desde hacía rato, no sintieran la irrefrenable curiosidad
de madres o abuelas y acabaran por preguntar si se encontraba bien..
ni tan siquiera que mantuvieran la cortesía con un saludo de buenas
tardes!..