Tener
hermanos, lejos de radicalizar los roles de género en casa, me ayudó
a posicionarme mucho mejor como persona y mujer. Y a ellos, como
hombres «evolucionantes». Aunque no fue así en un principio.
La
mayoría de nuestros padres y madres devenían de un gran círculo
ideológico lleno de prejuicios y estereotipos dogmáticos. Y digo,
ideológico, porque el tratamiento para la adquisición de todo
conocimiento y el aprendizaje en el respeto propio y ajeno, són
elementos educativos. Nada que ver, con culturas, religiones o
ideologías. Són procesos autónomos y brillan por sí solos.
Otro
aspecto a considerar, es que es bastante inherente reproducir
esquemas en hijos y sin embargo, también hijas e hijos educan a
padres y madres. Muchas veces sin ser conscientes. Lo que en su
momento se denominó «choque generacional» consistió más bien en
abrir una ventana al aire en un lugar viciado, que no en cerrar la
puerta.
Recuerdo
un dia, que estábamos sentados todos en torno a la mesa en casa mientras
comíamos, que mi padre me pidió que fuera a la cocina a buscar un poco más
pan. Supongo que en esos momentos, lo que me pasó por la mente fue
tan breve como un rayo pero tan lleno de imágenes como una maleta de
ropa. Me ví en perspectiva haciendo mi cama y las de mis hermanos esa misma mañana
antes de ir al colegio. A la vuelta, la compra del mercado. ..Que
mientras mis hermanos disponían de tiempo holgado para hacer los
deberes de clase y jugar en la replaceta, yo antes, debía atender al
pequeño de ellos o tender la ropa...
Así que, allí, con 10 años ya se me cruzó eso de ser mujer y decidí ser
persona primero.
Seguramente
le contesté de malas maneras a mi padre y muy indignada le reproché
el porqué no se lo pedia a cualquiera de los hermanos de mi
alrededor, a lo cual, mi padre enfadadísimo me respondió con el
lanzamiento de la panera vacia. La esquivé pero no me moví del
asiento. Fué mamá quien se levantó y fue a la cocina. Hubiera dado
cualquier cosa porque ella tampoco se hubiera levantado.
Muchísimos
años más tarde, transcurrida media vida de fundamentos, cuando en
otra comida familiar comenté esta antaña anécdota, mi padre
incrédulo y desconcertado por aquella, su reacción, me pidió
disculpas. Nos reimos todos.
Tiempo
después de lo de la «panera voladora» cada uno de nosotros se hizo
su cama y poco a poco compartimos la compra, la ropa y otras muchas
más cosas se fueron «sociofamiliarizando». Mis hermanos no
ayudaron en estas cuestiones, asumieron. Hoy, no les hacen sombra
muchas mujeres ni a mi, muchos hombres.